domingo, 12 de enero de 2014

Ovejita Ovejita

Primer borrador de un cuento, el primero que me atrevo a plasmar en texto. Pronto ilustraciones, animaciones, cuadros o lo que sea.



Ovejita Ovejita


Un día frío frío frío, muy muy frío, justo antes del amanecer, entre dos montañas de picos blancos nació una ovejita. Apenas salió del vientre de su madre a ver el mundo, iluminó el corral de las ovejas como el primer rayito de sol del día. Era una ovejita tan blanquita, de lana tan inmaculada y abundante que le pusieron Ovejita Ovejita. Era dos veces ovejita porque era una ovejita real y era la ovejita de la imaginación de todos cuando pensaban en una ovejita; la encarnación de una idea.

Como en todo cuento, el tiempo pasó y Ovejita Ovejita fue creciendo, dejó de tomar leche y aprendió a pastar. Entendía que esas criaturas de dientes feroces, que producían sonidos espeluznantes con sus gargantas se llamaban perros. Que debía mantenerse siempre con su rebaño para no caer presa de los predadores. Una noche  habían encontrado a una oveja que había sido víctima de un zorro. Esa noche Ovejita Ovejita conoció la palabra “muerte”. Entre otras cosas aprendió que los otros corderos podían ser buenos o malos. Habían unos corderos que se burlaban de ella por su lana del color de los picos de las montañas, y habían otros corderos que jugaban y brincaban con ella como cualquier otro cordero. Ovejita Ovejita entendía que su lana la hacía diferente, pero no entendía por qué.

La madre de Ovejita Ovejita pertenecía al pastor que vivía entre las dos montañas y Ovejita Ovejita al nacer se convirtió, como todas las otras ovejas, en propiedad de él. El pastor, cuyo nombre las ovejas nunca conocieron, amaba mucho a su rebaño. Ellas le daban lana y comida. La lana la vendía en un pueblo aledaño y la usaba de abrigo mientras que se alimentaba cada cierto tiempo de las carnes de sus cuerpos . Después de la esquila de las ovejas siempre se realizaba una pequeña fiesta donde el pastor sacrificaba a varias ovejas para ofrecer a su familia e invitados en forma de celebración. La elección de las ovejas a convertirse en alimento era bastante sencilla; aquellas que daban la mejor lana eran las ovejas que sobrevivían, el resto estaban a su suerte.

Cuando llegó el día de la esquila Ovejita Ovejita no entendía que ocurría, las ovejas andaban cuchicheando, juntándose en pequeños grupos según sus lanas y una que otra intentaba salir del corral en un esfuerzo inútil. Siempre regresaban perseguidas por las mandíbulas de los perros que se abrían y se cerraban en amenaza. Ovejita Ovejita caminaba distraída, observando a sus compañeras cuando escuchó una voz:

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, dame un poco de tu lana.

Cuando volvió a mirar de donde provenía la voz, se encontró con una oveja demacrada, de lana escasa y maltrecha. Ovejita Ovejita no entendiendo preguntó:

- ¿Para qué quieres tu mi lana?
- ¿Quieres que muera?
- No, por supuesto que no
- Entonces dame un poco de tu lana para cubrir mi lana rala, sino, el pastor me matará al final de la esquila.

Aterrada, Ovejita Ovejita mordió un poco de la lana esponjada de su lomo y tiró con fuerza hasta que un pedazo se desprendió de su piel. Ovejita Ovejita sintió un poco de dolor y luego de entregarle su lana a la oveja demacrada, frotó su nariz contra el hoyo que había dejado en su lomo. Notó cómo cuando cuando frotaba su nariz sobre su lomo, la lana que aún tenía podía cubrir su piel herida. Ovejita Ovejita se sintió afortunada, tenía muchísima lana, blanca e inmaculada, nunca tendría que temerle a las fiestas de las esquilas, le brindaría muchísima lana a su pastor.

Cuando le tocó ser trasquilada apreció la gran sonrisa en el rostro del pastor. La lana no dejaba de caer de su cuerpo y se convirtió inmediatamente en su oveja favorita. Recibió caricias y palmadas entre las orejas por el buen trabajo que había realizado. Si bien no comprendía el idioma del pastor, ella intuyó el amor y agradecimiento en el tono de su voz y la forma de sus ojos. Después de su primera esquila algunas otras ovejas celebraron con ella su buena labor, mientras que otras la miraban desde lejos con rencor. A pesar de que con el verano llegarían mas carneros, Ovejita Ovejita no pudo evitar notar la baja en números de ovejas en el corral. Cuantas habían encontrado su fin bajo las manos que la habían acariciado tan amorosamente.

La lana en el cuerpo de Ovejita Ovejita volvió a crecer rápidamente, tan abundante, blanca y esponjosa como siempre. La lana del hoyo de donde había arrancado un pedazo era un poco mas delgada y opaca, pero entre tanta lana, era un detalle que solo ella notaba.

Cuando llegó la siguiente esquila la oveja demacrada regresó a buscar a Ovejita Ovejita, pero esta vez estaba acompañada de dos ovejas mas.

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, danos un poco de tu lana.
- Pero ustedes son muchas ovejas, tendré que arrancarme mas lana
- ¿Quieres que muramos  a manos del pastor?

Y otra vez Ovejita Ovejita mordió un poco de la lana de su lomo y tiró hasta que esta se desprendió. Repitió el acto hasta entregar tres manojos de lana a las ovejas y las tres veces frotó su nariz contra su piel herida y cubrió los hoyos con su lana esponjosa. La diferencia sobre su manto de lana blanca era casi imperceptible, casi. El pastor atribuyó el ligero cambio al paso del tiempo, igual Ovejita Ovejita le proveyó muchísima lana blanca y esponjosa y esta recibió las caricias y palabras dulces de su pastor como la última vez.

Con cada día de esquila llegaban mas ovejas:

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, danos un poco de tu lana.

Al comienzo el pastor no le daba mayor importancia a los cambios en el pelaje de Ovejita Ovejita, ella seguía siendo su favorita, pero poco a poco los cambios se volvieron muy obvios, habían pedazos de piel donde no crecía lana, y la poca lana que aún crecía era opaca y delgada. Ovejita Ovejita perdió la luz que emanaba su pelaje, sentía frío por las noches y ya nadie la llamaba “Ovejita Ovejita blanca como los picos de las montañas”.

Una profunda tristeza invadió el corazón de Ovejita Ovejita. Ya no podía salvar a nadie de esas manos dulces pero sangrientas del pastor. Su madre había desaparecido un día. Había sido una buena oveja madre, había tenido muchos corderos y había dado mucha leche. Las otras ovejas ya no la miraban, quizá por pena, quizá por culpa. Ovejita Ovejita se retiraba sola a mirar los picos de las montañas. Si tan solo pudiera alcanzar llegar ahí y traer toda esa lana blanca y repartirla entre las ovejas. Con melancolía recordaba los días en que brincaba con los otros corderos, cuando su lana era blanca, esponjosa y abundante. ¿Por qué el pastor no recogía toda esa lana que estaba en los picos de las montañas en lugar de trasquilar a sus ovejas?




Un día de esquila, en que ya nadie le pedía lana a Ovejita Ovejita esta llegó con la cabeza gacha a su pastor. Se sentía avergonzada de los hoyos en su antes abundante manto blanco. Esta vez el pastor no la trasquiló. Rodeó con sus brazos a su oveja favorita, y como si se le hubieran apagado la voz no dijo una sola palabra. Ovejita Ovejita notó sus ojos vidriosos mientras el pastor acariciaba los hoyos en su pelaje. Sus manos aliviaron por un momento el dolor de su piel. Ovejita Ovejita comprendió lo que esto significaba, pero ella albergaba una esperanza y esperaría un poco más a que la oportunidad se presentara.

Antes de que se extinguieran los últimos rayos de luz del día, el pastor vino en busca de Ovejita Ovejita. Puso una cuerda alrededor de su cuello y la sacó, únicamente a ella del corral. Pasaron por el gras en que pastaban las ovejas y subieron un poco mas allá. De pronto se detuvieron. Por un momento, a Ovejita Ovejita le pareció ver surcos en el rostro de su pastor, pero este se volteó rápidamente mientras ponía su bolso sobre unas piedras. En ese momento, Ovejita Ovejita aprovechó la distracción de esas manos dulces pero sangrientas y mirando fijamente el pico blanco de la montaña mas cercana tiró de la soga como nunca antes había tirado de su lana; como si estuviera tirando de toda la lana que alguna vez existió en su cuerpo. La soga escapó de las manos del pastor y Ovejita Ovejita se echó a correr con la magra energía que le quedaba en el cuerpo. El pastor no la siguió, ella no miró atrás.

Con el aliento entrecortado y las patas adoloridas, Ovejita Ovejita llegó al pico blanco de la montaña. Recogería toda la lana, la llevaría de vuelta a su corral. Pero algo pasaba, esta lana era extraña, no abrigaba, todo lo contrario, era fría, fría fría fría. Con toda seguridad era la lana mas blanca que jamás había visto, su propia lana nunca fue tan blanca, todas las ovejas habían estado equivocadas. Intentó arrancarla con sus dientes, pero la lana solo se deshizo en su boca. La tendría que cargar sobre su lomo entonces. Ovejita Ovejita se zambulló bajo la lana del pico de la montaña, y sintió frío, mucho frío. Sus patas nunca la levantaron de nuevo, pero por un momento, un instante, un segundo, sintió calor. La Ovejita Ovejita era blanca como los picos de las montañas.

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