miércoles, 22 de enero de 2014

Por una razón los clichés son clichés, son clichés porque son ciertos.

Esa noche a diferencia de todas las otras noches había dejado mi olfato de loba en casa. Me había arreglado únicamente lo necesario para pasar unas cuantas horas con ellos. Era una noche que se profesaba distinta; Ximena me había pedido venir conmigo y como si hubiéramos intercambiado cuerpos, esta vez era ella quien quería convencerme a mi de salir a una fiesta.

Llegamos al lugar en el taxi que nos lleva a todas partes.

      -       Señorita María Eugenia hoy día sí que la hace
      -       Ay no, hoy no busco nada, es una reunión de amigos gay - dije con una risita ingenua

Bajamos del auto  y había una persona mas esperando en la puerta

      -       ¿Qué pasa? ¿No abren?
      -       No, se están demorando
      -       Bueno esperaremos

Nos quedamos tranquilamente paradas bajo el foco de la puerta.  A lo lejos vimos dos figuras que se acercaban, dos hombres. Reconocí a uno; a lo lejos el otro era solo una silueta de cabello largo que cargaba una pesada bolsa con la mano derecha.

Cuando te detuviste bajo la luz sentí algo que solo recuerdo haber sentido una vez antes. Pero esta vez ya no tenía 22; hace poco había cumplido 28; 28 años de edad que al ver tu ojos se dividieron entre dos y se convirtieron en 14. Mi vocabulario se queda corto para describir lo que sentí esa segunda vez. La sensación fue mucho mas intensa, mucho mas directa, mucho mas puntual. Mi cuerpo reproducía la adrenalina generada por un choque en auto y la exhalación provocada por un fuerte golpe en el pecho. Fue realmente una sensación extraordinaria. 

Si no me hubiera vuelto inmediatamente consciente de mi apariencia, mi mandíbula hubiera caído al piso en un gesto vergonzoso. Cuando recuperé el aliento sugerí a con quien estabas que le conocía. Necesitaba ver tu reacción, ver si eran una pareja o si eran simplemente buenos amigos. Pero no mostraste indicios de nada, la duda permaneció. Cuando de pronto tu voz cortó el silencio, te dirigías tu a mi.

      -   ¿Ustedes estudiaron en nuestra misma facultad?

Descubrimos que sí pero en años distintos. ¿Cómo no te había visto antes? ¿Cómo no sabía de tu existencia?

La puerta se abrió y nos dispersamos. En un momento en que me encontré sola con Ximena no pude guardar mi silencio.

     -       Lo has visto
     -       Sí, es hermoso
     -       Hermoso no es suficiente
     -       Es su pelo, es como Sansón, si se lo cortas…...
     -       Será gay
     -       No tengo idea
     -       Necesito averiguarlo

Era cierto, tu pelo era hermoso, mi dedos ya empezaban a volar hacia él en el afán de trenzarlo. Pero quería saber mas ¿Serías como Sansón? ¿Perderías tu encanto sin tu lustrosa cabellera? ¿Te gustaban los hombres, las mujeres o ambos? ¿Quién eras? ¿Y por qué te habías cruzado en mi camino?

Regresé a mi sitio, siempre siguiendo tus movimientos de reojo. Era una bonita noche, la felicidad de ver a mis amigos me hubiera bastado bajo circunstancias normales, pero no esa noche. Tragos van, tragos vienen….uno mas y me acerco. Está conversando con X, la conozco, vamos María Eugenia, respira hondo y...

Me acerqué con la confianza obsequiada por el alcohol y me infiltré en la conversación. ¿De qué hablamos? No importó; mi meta estaba trazada. Me la pusiste fácil, noté inmediatamente tu interés.

      -       Tu pelo es hermoso
      -       El tuyo también…me gusta

Habías notado mi pelo de colores…y te gustaba…hmmmmm. Conversábamos con otras personas que bailaban entre risas a nuestro alrededor, nos movíamos por aquí por allá pero sabía que aún estabas ahí. La noche avanzó. Conocí tu nombre –compuesto, como el mío-. Observaba esos ojos que brillaban traviesos, reconocí en ellos que aún jugabas. ¿Quién eres? “Me parezco a ti”. Pero una pregunta seguía flotando en el aire

     -        ¿Eres gay?
     -       Te digo que no
     -       ¿Estás seguro?
     -       Estoy seguro

Con ese valor que sólo viene con la certeza de la victoria pronuncié las palabras que cargaba ya en la mente.

     -       ¿Puedo darte un beso?
     -      

En ese instante supe que ya había perdido. Aquí íbamos de nuevo, otro hombre María Eugenia, otro hombre cuando lo último que necesitas es un hombre. Pero nuestros instintos nunca hacen caso mas que a sí mismos, saben que la única manera de deshacerse de la tentación es caer en ella. Mis amigos luego me contaron que aplaudieron cuando nos besamos, pero sordos al resto del mundo, sus aplausos pasaron desapercibidos a nuestros oídos. No nos despegamos hasta los primeros rayos del sol. No me gustaste, me fascinaste, y así te contemplaba, observando mi mirada reflejada en la tuya. Te encontré cuando no te buscaba .

A los pocos días ya nos estábamos viendo nuevamente. Cuando estaba sola me gustaba recordar el momento en que por primera vez te vi. Podía repetir la sensación en mi cuerpo. En el transcurso de dos semanas nos vimos siete días. No, no eras como Sansón. Fuimos por un momento como imanes; por muy lejos que estuviéramos una fuerza invisible nos jalaba el uno al otro y en nuestros encuentros magnéticos encontré un gozo exponencial a la atracción de la primera noche. Nunca fue solo carnal, había un entendimiento tácito tuyo y mío; tampoco faltaron los juegos ni las palabras. Nos encantábamos, nos olíamos, nos saboreábamos y era delicioso.

      -       ¿Qué me has hecho?
      -       No lo sé, ¿Qué me has hecho tu a mi?
      -       No lo sé!

Sentía que te había conocido antes, que tu sin conocerme me conocías. No eras una ilusión. Tampoco hubo amor ni tiempo para pensar en él; eso hubiera sido  como pensar en una flor cuando lo único que se tiene es una semilla. Me refiero a que para ti no era un objeto, un “comodity”. Para ti era María Eugenia, una niña bella. Me pudiste ver como nadie me había visto en unos años. Por muy dispersa que haya estado en ese tiempo, lo noté.

Sin embargo, como en todas las cosas, el “pero” de la situación hizo su entrada. Se empezó a levantar una pared en esas dos intensas semanas. Aparecieron los “por si a casos” que pusieron ladrillos entre nosotros: una relación muy larga anterior, 5 ladrillos, un corazón roto múltiples veces y mal pegado, 8 ladrillos, un corazón frío, roto y sin sanar 20 ladrillos. Entre los dos sumábamos mas miedo que el león del Mago de Oz.

Al final de las dos semanas llegó una distancia física obligada donde me empujaste un poco pero no importaba ¿Qué son dos semanas de conocer a alguien? No es nada, no pasa nada. Y pasaron dos semanas a verdadera distancia. Dos semanas sin olernos, dos semanas sin tocarnos, dos semanas sin que nuestros cuerpos nos recordaran porqué debían unirse.

-   Llego hoy ¿nos vemos? Estaré cansada
-   Ven, te espero

El aire era mas denso, los colores de mi pelo se habían enmudecido y tu voz había bajado una frecuencia; pero nuestro campo magnético perduraba. Así pasa siempre, las cosas se enfrían, nada de que preocuparse, esta montaña rusa recién arranca María Eugenia. Pero por si acaso, solo por si acaso pon el escudo al frente, te han pasado cosas mucho más extrañas.

“Me parezco a ti” pero al revés.  Ya pasó un mes desde que nos conocimos, cuidado.

      -       ¿Cuidado? ¿Por qué?
      -       Yo ya no puedo amar
      -       ¿Quién habló de amor?
      -       No quiero hacerte daño, no quiero estar solo

Venías con fecha de vencimiento. La pared de ladrillos creció tan alta que ya no nos podíamos ver, tan solo escuchar. Nuestro campo magnético no podía atravesar su grosor. Me advertiste que me cuidara de caer enamorada de ti, felizmente venía protegida. Sentí pena por un hombre que de manera muy sutil, con una programación lingüística muy afinada, intercambiaba sus palabras para no enfrentarse al miedo. Un hombre que me hablaba de nunca decir “no puedo”, porque no hay nada mas dañino para el alma. Desde que las palabras salieron de tu boca entendí que no era que no pudieras amar; tu no querías amar. Tu escudo es mucho mas grande que el mío. Es una esfera gigante que te protege a 360 grados; una esfera levantada por el más profundo dolor y resguardada por un miedo perpetuo armado hasta los dientes.

Creo que me quisiste advertir sobre la indiferencia que vendría en la semana siguiente. Yo comprendí que tan solo tenía que mantener mi escudo alzado para nunca quererte. Pero en una cuestión de días reconocí la indiferencia, y la confundí con maltrato. Un maltrato ya muy conocido y por el que no volvería a pasar, mucho menos por un hombre al cual ni siquiera se me estaba permitido querer. Quiero creer que tu indiferencia es producto de la esfera en que has elegido vivir. Nunca llegué a conocerte pero en el poco tiempo que compartimos yo también pude verte. Me demostraste de mil maneras que esa frialdad tan inamovible de la que hablas es ficcional. Un mecanismo de defensa. Vi el calor en tu sonrisa y sentí la ternura de tu abrazo. 

Bajo otras circunstancias, si no me encontrara hoy en un lugar mucho mejor que en el que me hallaste (y no por ti, sino por mi) echaría pintura blanca sobre tu recuerdo y te dejaría en el pasado en un par de días diciendo “bueno, que es una raya mas al tigre”. Pero hoy por hoy veo con claridad y así como yo no merezco maltratos, tu no mereces que te meta a ese mismo saco. Tampoco perteneces al otro con que cargo. No, tu perteneces al saco de momentos increíbles, de momentos que elijo no olvidar. Un saco que me recuerda que esa sensación de aquella noche, de cuando te vi por primera vez y el tiempo se detuvo, es una sensación que aún puedo sentir. Tu no la sentiste, últimamente no sientes, y yo sentí por los dos. Ella volverá a llegar a mi cuando menos la busque, en el lugar mas improbable con una persona inesperada. Pero con él, no me dará vergüenza ni me sentiré culpable al decir “quisiera algún día quererte”.

Capricho mío, apareciste cuando mis ojos no estaban mirando y te vas sin que te pueda ver. Fuiste un momentito intenso y hermoso. No hay dolor, nunca hubo amor pero quedará por ahí el recuerdo de una agarradita de mano o de nuestros cabellos enredados entre si. Ya llegará el día en que te volverás consciente de tu gigantesca esfera y habrá una mujer que te ayude a derribarla. Amarás de nuevo, y será diferente porque ningún amor es igual y amarás amar porque tu y yo vivimos para sentir y amar es sentir en su máxima expresión, al igual que sufrir. Ese día sonreiré por ti a la distancia y trenzaré mi cabello en memoria a esas dos semanas en que saboreé nuestro delicioso campo magnético.

Puede que me equivoque, que realmente hice algo que te desencantó y toda esta lectura es una invención de mi mente para no pensar en cual fue mi error. Sería bastante mas lógico y sensato, pero la sensatez es aburrida, mi instinto terco y el resultado el mismo.







domingo, 12 de enero de 2014

Ovejita Ovejita

Primer borrador de un cuento, el primero que me atrevo a plasmar en texto. Pronto ilustraciones, animaciones, cuadros o lo que sea.



Ovejita Ovejita


Un día frío frío frío, muy muy frío, justo antes del amanecer, entre dos montañas de picos blancos nació una ovejita. Apenas salió del vientre de su madre a ver el mundo, iluminó el corral de las ovejas como el primer rayito de sol del día. Era una ovejita tan blanquita, de lana tan inmaculada y abundante que le pusieron Ovejita Ovejita. Era dos veces ovejita porque era una ovejita real y era la ovejita de la imaginación de todos cuando pensaban en una ovejita; la encarnación de una idea.

Como en todo cuento, el tiempo pasó y Ovejita Ovejita fue creciendo, dejó de tomar leche y aprendió a pastar. Entendía que esas criaturas de dientes feroces, que producían sonidos espeluznantes con sus gargantas se llamaban perros. Que debía mantenerse siempre con su rebaño para no caer presa de los predadores. Una noche  habían encontrado a una oveja que había sido víctima de un zorro. Esa noche Ovejita Ovejita conoció la palabra “muerte”. Entre otras cosas aprendió que los otros corderos podían ser buenos o malos. Habían unos corderos que se burlaban de ella por su lana del color de los picos de las montañas, y habían otros corderos que jugaban y brincaban con ella como cualquier otro cordero. Ovejita Ovejita entendía que su lana la hacía diferente, pero no entendía por qué.

La madre de Ovejita Ovejita pertenecía al pastor que vivía entre las dos montañas y Ovejita Ovejita al nacer se convirtió, como todas las otras ovejas, en propiedad de él. El pastor, cuyo nombre las ovejas nunca conocieron, amaba mucho a su rebaño. Ellas le daban lana y comida. La lana la vendía en un pueblo aledaño y la usaba de abrigo mientras que se alimentaba cada cierto tiempo de las carnes de sus cuerpos . Después de la esquila de las ovejas siempre se realizaba una pequeña fiesta donde el pastor sacrificaba a varias ovejas para ofrecer a su familia e invitados en forma de celebración. La elección de las ovejas a convertirse en alimento era bastante sencilla; aquellas que daban la mejor lana eran las ovejas que sobrevivían, el resto estaban a su suerte.

Cuando llegó el día de la esquila Ovejita Ovejita no entendía que ocurría, las ovejas andaban cuchicheando, juntándose en pequeños grupos según sus lanas y una que otra intentaba salir del corral en un esfuerzo inútil. Siempre regresaban perseguidas por las mandíbulas de los perros que se abrían y se cerraban en amenaza. Ovejita Ovejita caminaba distraída, observando a sus compañeras cuando escuchó una voz:

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, dame un poco de tu lana.

Cuando volvió a mirar de donde provenía la voz, se encontró con una oveja demacrada, de lana escasa y maltrecha. Ovejita Ovejita no entendiendo preguntó:

- ¿Para qué quieres tu mi lana?
- ¿Quieres que muera?
- No, por supuesto que no
- Entonces dame un poco de tu lana para cubrir mi lana rala, sino, el pastor me matará al final de la esquila.

Aterrada, Ovejita Ovejita mordió un poco de la lana esponjada de su lomo y tiró con fuerza hasta que un pedazo se desprendió de su piel. Ovejita Ovejita sintió un poco de dolor y luego de entregarle su lana a la oveja demacrada, frotó su nariz contra el hoyo que había dejado en su lomo. Notó cómo cuando cuando frotaba su nariz sobre su lomo, la lana que aún tenía podía cubrir su piel herida. Ovejita Ovejita se sintió afortunada, tenía muchísima lana, blanca e inmaculada, nunca tendría que temerle a las fiestas de las esquilas, le brindaría muchísima lana a su pastor.

Cuando le tocó ser trasquilada apreció la gran sonrisa en el rostro del pastor. La lana no dejaba de caer de su cuerpo y se convirtió inmediatamente en su oveja favorita. Recibió caricias y palmadas entre las orejas por el buen trabajo que había realizado. Si bien no comprendía el idioma del pastor, ella intuyó el amor y agradecimiento en el tono de su voz y la forma de sus ojos. Después de su primera esquila algunas otras ovejas celebraron con ella su buena labor, mientras que otras la miraban desde lejos con rencor. A pesar de que con el verano llegarían mas carneros, Ovejita Ovejita no pudo evitar notar la baja en números de ovejas en el corral. Cuantas habían encontrado su fin bajo las manos que la habían acariciado tan amorosamente.

La lana en el cuerpo de Ovejita Ovejita volvió a crecer rápidamente, tan abundante, blanca y esponjosa como siempre. La lana del hoyo de donde había arrancado un pedazo era un poco mas delgada y opaca, pero entre tanta lana, era un detalle que solo ella notaba.

Cuando llegó la siguiente esquila la oveja demacrada regresó a buscar a Ovejita Ovejita, pero esta vez estaba acompañada de dos ovejas mas.

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, danos un poco de tu lana.
- Pero ustedes son muchas ovejas, tendré que arrancarme mas lana
- ¿Quieres que muramos  a manos del pastor?

Y otra vez Ovejita Ovejita mordió un poco de la lana de su lomo y tiró hasta que esta se desprendió. Repitió el acto hasta entregar tres manojos de lana a las ovejas y las tres veces frotó su nariz contra su piel herida y cubrió los hoyos con su lana esponjosa. La diferencia sobre su manto de lana blanca era casi imperceptible, casi. El pastor atribuyó el ligero cambio al paso del tiempo, igual Ovejita Ovejita le proveyó muchísima lana blanca y esponjosa y esta recibió las caricias y palabras dulces de su pastor como la última vez.

Con cada día de esquila llegaban mas ovejas:

- Ovejita Ovejita, tu que eres blanca como los picos de las montañas, danos un poco de tu lana.

Al comienzo el pastor no le daba mayor importancia a los cambios en el pelaje de Ovejita Ovejita, ella seguía siendo su favorita, pero poco a poco los cambios se volvieron muy obvios, habían pedazos de piel donde no crecía lana, y la poca lana que aún crecía era opaca y delgada. Ovejita Ovejita perdió la luz que emanaba su pelaje, sentía frío por las noches y ya nadie la llamaba “Ovejita Ovejita blanca como los picos de las montañas”.

Una profunda tristeza invadió el corazón de Ovejita Ovejita. Ya no podía salvar a nadie de esas manos dulces pero sangrientas del pastor. Su madre había desaparecido un día. Había sido una buena oveja madre, había tenido muchos corderos y había dado mucha leche. Las otras ovejas ya no la miraban, quizá por pena, quizá por culpa. Ovejita Ovejita se retiraba sola a mirar los picos de las montañas. Si tan solo pudiera alcanzar llegar ahí y traer toda esa lana blanca y repartirla entre las ovejas. Con melancolía recordaba los días en que brincaba con los otros corderos, cuando su lana era blanca, esponjosa y abundante. ¿Por qué el pastor no recogía toda esa lana que estaba en los picos de las montañas en lugar de trasquilar a sus ovejas?




Un día de esquila, en que ya nadie le pedía lana a Ovejita Ovejita esta llegó con la cabeza gacha a su pastor. Se sentía avergonzada de los hoyos en su antes abundante manto blanco. Esta vez el pastor no la trasquiló. Rodeó con sus brazos a su oveja favorita, y como si se le hubieran apagado la voz no dijo una sola palabra. Ovejita Ovejita notó sus ojos vidriosos mientras el pastor acariciaba los hoyos en su pelaje. Sus manos aliviaron por un momento el dolor de su piel. Ovejita Ovejita comprendió lo que esto significaba, pero ella albergaba una esperanza y esperaría un poco más a que la oportunidad se presentara.

Antes de que se extinguieran los últimos rayos de luz del día, el pastor vino en busca de Ovejita Ovejita. Puso una cuerda alrededor de su cuello y la sacó, únicamente a ella del corral. Pasaron por el gras en que pastaban las ovejas y subieron un poco mas allá. De pronto se detuvieron. Por un momento, a Ovejita Ovejita le pareció ver surcos en el rostro de su pastor, pero este se volteó rápidamente mientras ponía su bolso sobre unas piedras. En ese momento, Ovejita Ovejita aprovechó la distracción de esas manos dulces pero sangrientas y mirando fijamente el pico blanco de la montaña mas cercana tiró de la soga como nunca antes había tirado de su lana; como si estuviera tirando de toda la lana que alguna vez existió en su cuerpo. La soga escapó de las manos del pastor y Ovejita Ovejita se echó a correr con la magra energía que le quedaba en el cuerpo. El pastor no la siguió, ella no miró atrás.

Con el aliento entrecortado y las patas adoloridas, Ovejita Ovejita llegó al pico blanco de la montaña. Recogería toda la lana, la llevaría de vuelta a su corral. Pero algo pasaba, esta lana era extraña, no abrigaba, todo lo contrario, era fría, fría fría fría. Con toda seguridad era la lana mas blanca que jamás había visto, su propia lana nunca fue tan blanca, todas las ovejas habían estado equivocadas. Intentó arrancarla con sus dientes, pero la lana solo se deshizo en su boca. La tendría que cargar sobre su lomo entonces. Ovejita Ovejita se zambulló bajo la lana del pico de la montaña, y sintió frío, mucho frío. Sus patas nunca la levantaron de nuevo, pero por un momento, un instante, un segundo, sintió calor. La Ovejita Ovejita era blanca como los picos de las montañas.